domingo, 12 de mayo de 2013

Carlos Mugica, un mártir


 
Eduardo de la Serna
 
Hace unos años (1980) fue asesinado en Bolivia el cura jesuita Lucho Espinal. Sobre su escritorio –irónicamente- encontraron el borrador de un artículo para el periódico titulado: “No queremos mártires”.  Allí afirmaba Lucho que la búsqueda de mártires es propia de ciertos sectores antipopulares (El grupo político desplazado tiende a la mística del martirio; procura sublimar la derrota. En cambio, el pueblo no tiene vocación de mártir). Carlos Mugica es mártir; ¿qué decimos,  al reconocerlo como tal? En cristiano, el mártir es uno que da vida en lo cotidiano, en el día a día; va gastando su vida en favor de sus hermanas y hermanos, y un día –sin él quererlo- le arrancan la vida porque molesta. Molesta su causa, molesta su palabra, molesta su vida. Carlos molestaba. Los pobres molestan. Y quien se compromete luchando junto a los pobres por su liberación, ¡claro que molesta! Como sigue molestando quien lucha por la justicia y por la vida digna.
 
Con su vida y su muerte, Carlos mostró en qué y en Quién creía. Y desde dónde hablaba, pensaba y vivía. Dios no quiere mártires, porque es Dios de vida, pero ante esa situación provocada por los violentos de siempre, Dios queda del lado de las víctimas. Y Carlos fue y es una palabra de Dios. Para ayer y para hoy. Carlos mostró al Dios de los pobres, porque allí está Dios, allí lo encontraremos. Escondido en el barro, en la fiesta popular, en las lágrimas de los que ayer y hoy son maltratados por los poderosos (no hace falta destacar que todavía hoy la Villa 31 sigue siendo lugar de dolor de muchos y ambición de algunos). La crítica a la soberbia armada y el enfrentamiento explícito contra El Brujo, y sus bandas para-militares - sindicales armadas, puso a Carlos entre dos fuegos. Pero el inocente siguió andando nomás, allí con sus hermanos villeros. Las balas de la metralla con que las 3A empezaba a preparar el anticipo de la posterior represión de la dictadura cívico militar, calló su voz, pero no calló su vida. No calló la voz de Dios que siguió gritando. Y sigue hablando. El testimonio (mártir es testigo en griego) de Carlos mostró a todos una palabra. Un compromiso. Mostró a Dios. Muchos profesionales de Dios, purpurados ellos, siguieron hablando del Dios de los escritorios y los dólares, y pasaron a la historia de la insignificancia. Carlos reveló, habló y muestra, el Dios de los pobres. El Dios de Jesús. Y unido a Jesús asesinado y resucitado, Carlos sigue predicando.
 
Siendo que Dios –como Carlos- quedó del lado de los pobres, nos siguen escandalizando (como a él el Sheraton y los Torino) las ostentaciones de riqueza, la leche derramada que no es negociada, los dólares fugados, y las mesas de enlace con el poder. Del otro lado están los pobres, del otro lado está Carlos. Porque sigue estando. Sigue hablando. Sigue cantando: ¡con nosotros, Dios, está…! No queremos mártires, queremos miles de militantes que apuesten por la vida de los pobres, aunque los de siempre quieran callar su voz. «Nada ni nadie me impedirá servir a Cristo y su Iglesia luchando junto a los pobres por su liberación. Si el Señor me concede el privilegio –que no merezco- de perder la vida en esta empresa, ¡estoy a su disposición!»
 

martes, 19 de marzo de 2013

Una nota más (y van…) sobre Francisco

Eduardo de la Serna
No voy a hablar / escribir acá sobre el pasado de Francisco, cuando era Jorge Bergoglio, aunque me resulta curioso e infantil, leer a los que creen que su vida empezó el miércoles; los cardenales eligieron al cardenal Bergoglio (con pasado e historia) para que fuera el obispo de Roma. Como obispo de Roma, entonces, empezó el miércoles, pero la persona tiene su historia que –como todas las historias- tiene “luces y sombras” (lo he dicho en otra parte). No voy a contestar agravios –y no diálogos o debates- a mi persona que leo / escucho por permitirme hablar con libertad. Me quiero detener en un punto que me hace mirar con mucha esperanza el papado de Francisco.
Para empezar destaco que quiero hablar de “un punto”, por lo que tengo claro que hay “mil puntos” más que se podrían analizar, mirar, cuestionar y que son “otros puntos”. Por supuesto, además, que este punto también se puede analizar, cuestionar, comentar, profundizar o refutar, pero me parece que vale la pena “hincarle el diente”.
Para empezar quiero señalar que este punto es teológico, y –en ese sentido- es “intra-eclesial”. Y como persona de Iglesia me importa. Y mucho. No es “político”, “histórico”, y casi tampoco es “social”.
Creo que uno de los más grandes pasos que dio el Concilio Vaticano II fue el “repensar” la Iglesia. Los borradores que la siempre perversa curia romana había preparado para la “Constitución de la Iglesia” la mostraban como “Iglesia piramidal”, de arriba para abajo empezando, obviamente, por el papa y terminando “allá abajo” con los laicos. Pero los obispos conciliares no aceptaron ese borrador e impulsados por eminentes teólogos “dieron vuelta” el esquema. Aquí, indudablemente jugó un rol preponderante el que para muchos fue el más grande “eclesiólogo” del s.XX, Ives Congar (luego “creado” cardenal por el papa Benito 16).  Podemos decir que aquí radicó una de las grandes revoluciones encaradas por el Concilio, que fue pensar una eclesiología con profundas raíces bíblicas. Recordemos que recién en el Concilio es que los estudios bíblicos desde una mirada crítica alcanzaron “carta de ciudadanía”. El gran aporte -¡y acá está el tema!- fue reconocer a la Iglesia como “pueblo de Dios”.  Esto fue luego re-pensado por el entonces teólogo Joseph Ratzinger en el excelente libro “el Nuevo Pueblo de Dios” (publicado en castellano por editorial Herder). De hecho, el primer número de la excelente revista internacional de teología “Concilium” (1965) se dedicó a este tema (con excelentes artículos de Ratzinger y de Congar, por ejemplo). La idea de “Pueblo de Dios” fue la motivación profunda de muchísimos pasos dados por la Iglesia desde entonces, desde la reforma litúrgica (la “procesión” para comulgar, por ejemplo es la imagen de un “pueblo peregrino”, etc.), el diálogo ecuménico, las relaciones con los judíos, el Pueblo de Dios de la primera alianza, etc.
Esta imagen de Pueblo de Dios, por ejemplo, fue lo que suscitó la novedad del pensamiento que surgió en América Latina, conocido como Teología de la Liberación, con las características propias de cada región y situación vital o mortal (Sitz im Leben und Sitz im Tode, se le dice). Dentro de estas teologías de la liberación, por obvias razones, me detengo en la que nace y se gesta en Argentina a la que –con justicia- se la ha llamado “teología del pueblo”. El cambio –gestado en la COEPAL- de Medellín (1968) a San Miguel (1969) en este tema fue significativo. Con todo lo maravilloso que Medellín significó, al hablar de la religiosidad popular se destacaba que debía ser “purificada”, “iluminada”, es decir, se la miraba desde afuera.  Al año siguiente, la “adecuación de Medellín a la Argentina” se realizó en el documento conocido como de “San Miguel” (en realidad todos los documentos episcopales lo eran, ya que allí se reunían, pero este fue emblemático) y allí se hablaba de que no sólo debía ser “para el pueblo” sino –y acá la novedad- “desde el pueblo mismo” (no es acá el lugar de desarrollar la importancia que tiene el “desde” dónde se piensa y se hace teología, y su centralidad en la Teología de la Liberación). Los grandes aportes pastorales y teológicos de la Argentina en este tiempo surgen precisamente de la concepción de “pueblo” que no es separable, en este caso, de la de “pueblo de Dios” que el Concilio había rescatado. Es razonable pensar que el pensamiento de teólogos argentinos como Rafael Tello y Lucio Gera (y muchos otros, por ejemplo jesuitas del CIAS y la COEPAL) tenía también un trasfondo cultural argentino donde la palabra “pueblo” tenía contactos con el peronismo; las ciencias sociales fueron y son importantes en el pensar teológico, y en la Argentina el peronismo no puede ser dejado de lado en este aspecto. Podría contar anécdotas en este sentido, pero nos iríamos de tema.
Continuando con la idea, por ejemplo, hay un importantísimo libro del gran biblista alemán Gerhard Lohfink, “la Iglesia que Jesús quería” (1986 en castellano) que ayuda a profundizar la eclesiología que surge de la predicación de Jesús. Incluso, ante algunos malos entendidos él mismo amplió lo dicho en otro excelente libro: ¿necesita Dios la Iglesia? (original de 2002) En ambos campea una idea central –expresada más de una vez- que se puede resumir con esta idea: “Jesús no podía querer una “Iglesia” por cuanto la Iglesia ya existía: Israel”, lo importante es cómo es esa Iglesia que Jesús quería. Me detengo en esto, que es lo que hace a mi reflexión: una vez más la eclesiología bíblica se concentra en la idea del “Pueblo de Dios”. Podríamos profundizar mucho más este aspecto, pero no me parece que sea este el espacio para hacerlo. Se puede consultar, los interesados, la excelente tesis doctoral de Carlos Galli sobre la Iglesia como “Pueblo en medio de los pueblos”, o la –más sintética y reciente- intervención de Juan Carlos Scanonne sj sobre este tema en las reuniones preparatorias (esta del Cono Sur, julio 2011) para el congreso de Teología de la Liberación que se realizaría en octubre 2012 en Brasil (actas publicadas en Santiago, Chile 2012 [Jornadas Teológicas Regionales del Cono Sur, J. C. Scanonne, “Aportaciones de la Teología Argentina del pueblo a la Teología Latinoamericana” pp.203-226]).
Sin embargo, y acá el punto, es evidente que la eclesiología “del Pueblo de Dios” desapareció de los discursos papales de los dos obispos de Roma anteriores. El sínodo sobre el Concilio Vaticano II, la presentó como “una más de las metáforas” eclesiales, el libro de Ratzinger fue sacado de las librerías (se dice que fue a pedido suyo). Fueron evidentes los intentos de “relativizar” el Concilio, por ejemplo con los pasos atrás en la liturgia (la “reconciliación” con la Fraternidad Pio X fue el momento “culminante” de esto; hasta el punto que el teólogo alemán Peter Hünermann, presidente en ese entonces, de la confederación de teólogos europeos, acusó de Benito 16 de error teológico al hacerlo… su criterio se basaba en el principio que “lex orandi, lex credendi”, es decir que lo que se cree se alimenta de lo que se celebra… y por tanto eso supone la liturgia reformada por el Concilio). Para resumir digamos que la categoría “pueblo (de Dios)” había desaparecido de los discursos de los últimos papas (me refiero a lo teológico, no a que alguna vez la hayan o no usado).
Pues bien: el mismo día de su presentación “en sociedad” el papa Francisco habló de “pueblo”, y ayer ante los periodistas retomó el tema dos veces y hablo de la Iglesia como “santo pueblo de Dios”. Y esto –creo- debemos celebrarlo.
No es tarea de los teólogos repetir lo que dice uno u otro Papa (pobre tarea sería, si así fuera), sino abrir caminos, ahondar, con lo que su labor permite el disenso (respetuoso, dialógico, mientras sea evangélico), es más, es de desear el disenso, como lo dice la misma introducción al libro de Joseph Ratzinger sobre “Jesús de Nazaret”. Y acá me permito un paréntesis.
Joseph Ratzinger era Papa, Benito 16, y siéndolo escribió 3 tomos sobre Jesús de Nazaret. Por motivos seguramente editoriales y para aumentar las ventas, las tapas decían “Benito 16”, pero él mismo había aclarado en la introducción: este es un libro de un teólogo, no de un papa. No supone el magisterio papal, sino el pensamiento de un teólogo, y como tal, es posible de diálogo, de debate y discusión. Sólo espero que sea tratado con respeto, con benevolencia, como debe ser leído cualquier obra de un teólogo (no es cita literal). Fue precisamente por eso que muchos biblistas fueron sumamente críticos del libro, y que también muchas mentes pobres lo tomaban como “dice el Papa” (y por tanto, “no se discute”) a pesar que él mismo, en un acto que le era característico, de humildad teológica, había dicho lo contrario.
Pero –y acá el tema- lo cierto es que en sus primeros gestos e intervenciones, el nuevo papa Francisco retomó la idea de Pueblo de Dios. Y –especialmente para los que hacemos teología en Argentina- creo que es un motivo para celebrar.



domingo, 17 de marzo de 2013

La fumata y sus cenizas

Un papa distinto, sus primeras señales. La alegría, las euforias, las dudas. La gravitación de la Iglesia en el sistema político argentino, su poder fáctico y legal. El accionar de la jerarquía en dictadura y en democracia. La oposición y sus ilusiones. La respuesta del Gobierno. La condición peronista, matices. Un futuro abierto, con riesgos imaginables.
 Por Mario Wainfeld
La llegada del primer papa jesuita, no europeo, latinoamericano y argentino acumula novedades extraordinarias. La magnitud del cambio es inmensa, lo que fuerza a ser cauto en todo vaticinio sobre el porvenir. El papa Francisco eligió una presentación que entusiasmó a los fieles de la Iglesia Católica y a varios que no lo son. Habló en italiano y no en latín, se vistió con sotana blanca, esquivó las joyas, anduvo en bondi, usó la palabra “pueblo” en su primera aparición. Su mensaje alude a una Iglesia caminante, dora austera, cercana a los pobres, no a una ONG misericordiosa. Así dicho, sería una revolución respecto de la Iglesia de Roma, real y existente, arraigada desde hace cerca de medio siglo.
La euforia renovadora cundió entre los críticos de la jerarquía de las últimas décadas y en especial de los dos anteriores pontífices. Juan Pablo II y Benedicto XVI fueron los que armaron el padrón del Cónclave que ungió a quien fuera hasta entonces el arzobispo Jorge Mario Bergoglio. Es un dato que, acaso, tenga más relevancia que la que se le asignó, en promedio.
También se extasían los que colmaron de elogios esa etapa reaccionaria, filointegrista. Son reconvertidos, vaya a saberse si de buena o de mala fe.
En la Argentina la alegría es la emoción dominante y palpable. Su causa central es que Francisco está haciendo una promesa venturosa, de difícil concreción. Algunos la dan por ya cumplida con sus primeros gestos, hábilmente mediatizados. Puede haber algún ingrediente banal (parangones con la reina Máxima de Holanda) pero sería una necedad pensar que ése es el núcleo de la masiva buena onda.
Entre los que se regocijaron están los curas villeros de esta etapa, que pisan el barro y están cerca de los humildes. Los que se baten (con sus herramientas y criterios) por la dignidad de los pobres, los que luchan contra la proliferación del paco. El portal Mundo villa.com lo llama “el Papa villero” y pone muy en alto su condición de peronista.
La euforia también se expresa en los medios dominantes, incluyendo a La Nación, que siempre abominó de (y batalló contra) esos sectores y esa ideología.
Los líderes de nuestra región se suman a la alegría. El ecuatoriano Rafael Correa, de formación cristiana militante, es apologético. El vicepresidente venezolano Rafael Maduro, en un alarde de misticismo caribeño, vincula al recientemente fallecido presidente Hugo Chávez con la llegada de Francisco. El gobierno brasileño adopta otro estilo pero confluye con el tono de exaltación.
Esas voces suscitan el respeto y la atención del cronista, tanto como el beneplácito de tantas personas de a pie. Sobre la fe, nada debe decir quien es ajeno a la grey católica, solo respetarla en el marco de la libertad de creencias. Cabe, sí, puntualizar que la creencia católica, aunque mayoritaria, es una entre tantas en una república que, para ser democrática, debe ser laica.
La eventual incidencia en el escenario coyuntural de la Argentina y, sobre todo, la posibilidad de virtuales impactos en el sistema democrático sí atañen más a esta columna, que hará centro en esos tópicos.
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Primus inter pares: Hombre de cuna humilde, Bergoglio supo ascender peldaño a peldaño la jerarquía en la Argentina, llegando a ser el primero entre sus pares, sin desentonar entre ellos. Esto lo conecta a casi cuarenta años (una cifra irrisoria comparada con la eternidad, pero sensible en términos terrenales) de deplorable conducta de la cúpula eclesiástica. Llamarla “Iglesia” contradice el propio lenguaje católico, que incluye en el vocablo a los curas rasos y a todos los creyentes. La mención vale porque hubo una puja entre sectores, avivada al calor del Concilio Vaticano II, en la que triunfó la facción que Juan Pablo II y Benedicto XVI expresaron con rudeza y coherencia. Esa facción siempre fue mayoritaria. Fue instigadora, cómplice y ulterior encubridora de la última dictadura militar. No se habla acá especialmente de las acusaciones específicas contra Bergoglio, sino del comportamiento de la jerarquía.
Los grupos hegemónicos de la jerarquía no revisaron su conducta durante el período democrático, que va a cumplir 30 años. Tardaron décadas en hacer reconocimientos muy módicos. “No haber hecho lo suficiente contra...” es un planteo falaz, porque su responsabilidad es, caramba, haber hecho demasiado a favor. No se conoció autocrítica profunda, no se vio acto de contrición de los purpurados, mucho menos se reveló la frondosa información que, sin duda, poseen. El flamante Papa sumó su reticencia a la del conjunto, aun cuando declaró en juicio.
Ya en la etapa democrática, la jerarquía se opuso tenazmente a cualquier iniciativa de ampliación de derechos, de secularización de respeto a costumbres socialmente implantadas. El divorcio, el matrimonio igualitario, la designación de una jueza de la Corte partidaria de la interrupción legal del embarazo, el intento de veto a un ministro del gobierno del presidente Raúl Alfonsín por ser ateo... Los ejemplos son muchos y van en un solo sentido.
Bergoglio no desentonó jamás. Su verbo respecto del matrimonio igualitario fue tonante, discriminatorio e integrista. También fue puntal en el pedido de censura a la exposición de León Ferrari en el Centro Cultural Recoleta.
La jerarquía patea con dos piernas, lo que no es admisible en la esfera democrática: discute con todo derecho pero (sin él) se vale de la superioridad divina de su mensaje para imponer sus criterios, estética, ética y dogma a quienes no los comparten. Grupo de presión, lobby calificado, he ahí el rol que es forzoso limitar al máximo.
Un argumento socorrido es que Bergoglio pertenecía al ala moderada y que estaba forzado a hacer concesiones a los halcones como el obispo Héctor Aguer. Las internas existen, aliados de Aguer definieron alguna vez al ahora papa Francisco como “el obispo del silencio”, frente al kirchnerismo. La réplica frecuente, por ejemplo en el “caso Ferrari”, fue plegarse al mensaje más brutal.
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Leyes con historia: La gravitación de la Iglesia (digámosle así, para acortar) en el sistema político tiene una larga tradición, mal antecedente en un país con tantos desvaríos autoritarios. No opera sólo de facto, como se aludió en el apartado anterior. Legalmente, goza de una serie de prerrogativas exorbitantes. Si se las examina de a una, son inusuales en los países democráticos más arraigados. Si se las mira en combo, ranquean alto (y mal) a la Argentina.
El discurrir de la sociedad civil, afortunadamente, ha sido en pos de la libertad de cuerpos y mentes, de la diversidad, del ecumenismo y del mejor posicionamiento de las minorías. No se ha hecho lo suficiente pero sí mucho. No ha sido merced al poder privilegiado de la Iglesia sino dejándolo de lado o confrontando, cuando vino a cuento.
Recordemos algunas de las potestades reconocidas a la Iglesia Católica.
Una de las más gruesas es el intenso apoyo estatal y económico a su subsistema de educación privada. Las protestas de docentes que paralizan la iniciación normal de las clases en tantas provincias usan ese argumento, entre otros, como base de sus reclamos. El interés de la cúpula no es menor. Cuando Carlos Custer presentó sus credenciales de embajador argentino al papa Juan Pablo II se sorprendió por el interés del pontífice en discusiones salariales docentes en Argentina. El presupuesto propio depende de ellas. La anécdota es llamativa, para quienes piensan que es clavado que el papa Francisco no será un activo gestor en la Argentina.
Otra canonjía, mucho menos justificable, es que el Estado paga sueldos de obispos, seminaristas, párrocos de frontera y capellanes castrenses.
La ley que los regula rige desde tiempos de la dictadura. Los sueldos de capellanes de las Fuerzas Armadas son una rareza en la legislación comparada. Existen en Chile, donde la herencia del pinochetismo es potente.
Los obispos retirados por razones de edad o de salud perciben también un sucedáneo de jubilación, presentado como “asignación mensual y vitalicia”. No es exactamente una jubilación, porque no cobran aguinaldo y porque jamás hicieron aportes. Tampoco pagan el tan zarandeado Impuesto a las Ganancias.
Son muy escasos los países no integristas que reconocen esos privilegios. Desde luego que ni por las tapas existen en Uruguay, Francia y Estados Unidos, regímenes democráticos diversos que gozan de buena prensa.
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Reacciones: La presidenta Cristina Fernández de Kirchner viene actuando con lógica institucional. Ordenó a la Cancillería redactar velozmente un mensaje de salutación, conciso y respetuoso. El borrador estuvo a cargo del secretario de Culto Guillermo Olivieri y del ministro Héctor Timerman. La mandataria lo aprobó, se remitió. Cristina preparó el viaje acompañada por funcionarios y legisladores oficialistas y opositores. También será de la partida el presidente de la Corte, Ricardo Lorenzetti.
Tras un par de días de encomiable silencio, muchos dirigentes, legisladores o funcionarios kirchneristas incursionaron en el ditirambo elogioso al papa Francisco. Su condición de peronista y su presunta convergencia con las políticas socioeconómicas son la base del entusiasmo. Al cronista, cuya historia inscribe en esa pertenencia y cultura, le parece que la condición de peronista abarca demasiados significados y trayectorias. Peronistas fueron los presidentes Kirchner, Isabel Perón y Carlos Menem. Los dos ministros Taiana y Oscar Ivanissevich. José López Rega y John William Cooke. Carlos Ruckauf y el cura Carlos Mugica. Los que chocaron en Ezeiza. ¿Chicanea este escriba? Un poco, apenas, con fines ilustrativos. Pero sostiene que la garantía de calidad peronista peca de exceso de simplismo o fantasía. Y que durante la dictadura y el gobierno de Isabel, el peronismo estuvo en los dos extremos de la picana.
La dirigencia opositora se sintió en estado de gracia. La política doméstica adolece de exceso de vecinalismo, todo se lee en clave kirchnerismo-céntrica. Atisban en el papa Francisco la nueva gran esperanza blanca. Nadie lo dijo con tanto énfasis ni erudición como el sociólogo Eduardo Fidanza ayer en La Nación. “En términos sociológicos la Iglesia franciscana le disputará capital simbólico al kirchnerismo. Tiene con qué. Se inspira en los pobres. Sabe de pueblo y de política.” Y vaticina, feliz: “Francisco anuncia un nuevo tiempo. Laclau tendrá que confrontar con Ignacio de Loyola. Y me parece que el santo tiene todas las de ganar”. No se refiere a San Lorenzo de Almagro, que desde ayer adora la imagen del Papa modesto.
Festejos en las dos tribunas: por lo menos una se equivoca. Habrá que ver qué pasa en el corto plazo en la política doméstica. El cronista es avaro con las predicciones, cree que el futuro es sinuoso, incluso superando las decisiones de los grandes protagonistas.
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El riesgo: El mayor riesgo de un argentino empoderado súbitamente como papa, insiste este escriba, trasciende al oficialismo, aunque lo interpela. Consiste en que, al calor del nuevo clima, la Iglesia recupere espacios político-institucionales que se le han achicado. El alfonsinismo hizo esfuerzos para reducirlos, algo consiguió. De ahí que se lo motejara como “sinagoga radical” desde las filas de la derecha, que el alto clero también integra. El kirchnerismo constriñó más ese poder corporativo, entre varios. En parte por su gran intuición acerca de la imperiosa necesidad de fortalecer el poder político. En parte por contingencias coyunturales como fue la simpática iniciativa del obispo Antonio Baseotto de arrojar al mar a quienes piensan distinto.
La regresión, cuya primer área sensible podría ser la lucha por los derechos humanos, tiene tierra sembrada desde el vamos. Enlaza con la aciaga tradición local. Subsiste en muchos gobiernos provinciales, muchos de ellos de la escudería K. Se nota en las áreas sociales, educativas y de salud. Se palpa en la dificultad de aplicar el fallo de la Corte Suprema sobre aborto no punible, por mentar solo un ejemplo cercano.
Todo se dice en potencial, se repite. El cambio tremendo deja al analista sin precedentes a los que recurrir. ¿Qué esperar entonces sobre promesas de confluencia entre el movimiento popular más numeroso y Francisco? ¿O sobre las promesas de regeneración de la Iglesia carcomida por sus desvaríos, su intolerancia, la pedofilia y el lavado de dinero? Habrá que ver para saber. Y, aun, mociona el cronista, para creer.

EL PAIS › EL NUEVO PAPA GENERA EXPECTATIVAS DE CAMBIO, PERO SUS ANTECEDENTES SON CONSERVADORES Los límites de la reforma



Pensar la gestión de Francisco implica no distraerse con sus gestos de sencillez e informalidad, y pensar en sus antecedentes en la Argentina. Lo que indica que no habría cambios profundos en el rumbo de la Iglesia.
 Por Washington Uranga
Imagen: EFE.
Los primeros pasos, y sobre todo, los gestos del papa Francisco siguen generando expectativas y muchas preguntas respecto de cuál será su accionar en el futuro, cuál su programa de gobierno en la Iglesia Católica de todo el mundo. Una mirada a los antecedentes del propio Jorge Bergoglio llevaría a pensar que si continúa, como es esperable, con los mismos lineamientos de su acción en la Argentina y en Buenos Aires, no habría que esperar cambios significativos en el rumbo de la Iglesia. Lo lógico y esperable a la luz de los antecedentes es que Bergoglio reafirme las grandes orientaciones doctrinales que ha seguido la Iglesia en los últimos tiempos y que fueron ejecutadas por sus antecesores Juan Pablo II y Benedicto XVI. ¿Por qué entonces su designación despierta expectativas de renovación alentadas incluso por figuras importantes de la llamada Teología de la Liberación?
En primer lugar esto ocurre, seguramente, porque el estilo de Bergoglio como Papa se aparta en mucho de sus anteriores. Le devolvió “humanidad” al papado rompiendo con el protocolo y generando, con mucha inteligencia, gestos de proximidad a la gente y enviando señales al interior de la Iglesia para indicar que quiere promover cambios, que quiere encontrar la manera de dar respuesta a los desafíos que hoy se le plantean al catolicismo y a la institución.
Una demostración de lo anterior fue el incidente que protagonizó con el cardenal estadounidense Bernard Law, acusado de haber encubierto a unos 250 curas pederastas entre 1984 y 2002, cuando fue arzobispo de la diócesis de Boston, en Estados Unidos. Bergoglio y Law, que renunció a su diócesis después de haber recibido las acusaciones de encubrimiento, se cruzaron en la Basílica Santa María la Mayor, en Roma, donde el estadounidense es arcipreste emérito. El norteamericano vio al Papa, lo saludó y siguió su camino. De inmediato, relatan testigos, Bergoglio dijo a sus colaboradores: “No quiero (por Law) que frecuente más esta basílica”.
Al margen de los gestos públicos, que pueden ser parte de una estrategia para instalar su figura en el inicio del pontificado, actitudes como la relatada podrían indicar que Bergoglio está dispuesto a tomar firmemente las riendas de la institución eclesiástica poniendo límites a los desa-guisados y, si es necesario, sacando del juego a quienes tienen conductas que a su juicio se contradicen con la doctrina y la moral que la misma Iglesia predica.
Pero volviendo a la pregunta con la que iniciamos esta nota. Dada su tradición conservadora, ¿se pueden esperar cambios importantes de Bergoglio en su condición de pontífice?
El suizo Hans Küng, quien fuera uno de los teólogos más importantes del Concilio Vaticano II hace medio siglo, compañero en esa tarea de Joseph Ratzinger y luego duro crítico de la acción de éste cuando estuvo al frente de la Congregación de la Doctrina de la Fe y luego como papa, ha dicho que Francisco “asumirá una posición más reformista que la del papa anterior (Benedicto XVI)” y que “no hará una revolución, sino que realizará reformas lentamente”.
En declaraciones al diario O Globo de Brasil, y para explicar lo anterior, Küng utilizó una comparación y dijo que Bergoglio cumplirá en la Iglesia Católica una tarea semejante a la que desempeñó Mijail Gorbachov en la Unión Soviética de los años ochenta. “El (por Gorbachov) no hizo una revolución, sino que introdujo reformas que corrigieron los errores que había antes. Lo mismo espero de Bergoglio, aun cuando no haga una revolución, para no dividir la Iglesia, él empezará a introducir reformas.”
Otros dentro de la Iglesia sostienen que bastaría que Francisco retome los lineamientos del Concilio Vaticano II y los lleve a la práctica para que muchas cosas en la Iglesia cambien, se modifiquen sustancialmente. Se trata de grandes orientaciones nacidas hace medio siglo, cuya implementación inició el papa Paulo VI (1963-1978) y que luego fueron congeladas o revertidas por Juan Pablo II y Benedicto XVI.
No deja de llamar la atención también las opiniones y la carta de crédito abierta por reconocidos teólogos de la liberación latinoamericanos como los brasileños Leonardo Boff, Frei Betto y Oscar Beozzo. En términos conceptuales y prácticos, Bergoglio se ubica en la acera opuesta de la Teología de la Liberación que ha sido discutida y condenada en más de una ocasión por diferentes estamentos de la Iglesia institucional. Es más. La presencia de Boff en la Argentina fue cuestionada en más de una ocasión por la jerarquía de la Iglesia ya en tiempos en los que Bergoglio tenía una voz importante de mando. Sin embargo Boff rescata ahora el hecho de que Bergoglio haya elegido el nombre de Francisco para su pontificado porque “Francisco no es un nombre, es un proyecto de Iglesia, pobre, sencilla, evangélica y desprovista de todo poder”. Y agregó que “Francisco fue obediente a la Iglesia y a los papas, pero al mismo tiempo siguió siempre el camino con el Evangelio de la pobreza en la mano”.
El teólogo brasileño dijo también que con los gestos realizados hasta ahora el nuevo papa quiere “presidir en la caridad”, dejando de lado la condición de “monarca absoluto, revestido de poder sagrado” y dándole “centralidad al Pueblo de Dios”. Y destaca el hecho de que Bergoglio “viene del Gran Sur, donde están los más pobres de la humanidad y donde vive el 60 por ciento de los católicos” para asegurar que “con su experiencia como pastor, con una nueva visión de las cosas, desde abajo, podrá reformar la curia, descentralizar la administración y dar un nuevo rostro creíble a la Iglesia”.
Una pregunta que alguien podría hacerse es si Boff, quien fue sancionado por sus ideas por Juan Pablo II y a iniciativa de Ratzinger, y terminó abandonando el sacerdocio católico, está en realidad expresando un punto de vista respecto de lo que cree que hará Bergoglio, o bien está exponiendo su mirada para, del modo que sea, marcarle un plan de acción al nuevo papa. O quizás todo se reduzca a una expresión de deseo y a extender una carta de crédito a la espera de los hechos. No lo aclara el propio Boff. Y tampoco parece probable que Francisco lo convoque como su asesor... por lo menos en lo inmediato.
Pero Boff no es el único que ha puesto a circular opiniones en este sentido. Frei Betto, otro teólogo a quien se ha conocido en el mundo entre otros motivos por su muy estrecha amistad con Fidel Castro, presentó sus reparos respecto de la trayectoria eclesiástica y política de Bergoglio. Sin embargo, dijo que “San Francisco de Asís (de quien el Papa tomó el nombre, según él mismo lo confirmó ayer en audiencia pública con los periodistas) es símbolo de la opción por los pobres y la ecología” y eso significa que Bergoglio “tiene conciencia de que hay que reformar la Iglesia”. Agregó que “tengo muchas esperanzas de que este hombre (por Bergoglio) sea coherente con la inspiración de san Francisco de Asís”. Aunque recogió también otra preocupación que está presente en algunos círculos políticos y eclesiásticos: “América latina es ahora, con sus gobiernos progresistas, un problema para el sistema y para la Casa Blanca. Espero que esta elección no sea una nueva estrategia del neoliberalismo para América del Sur, para combatir los procesos de Chávez, Cristina, Correa, Evo, Lula y otros”.
En declaraciones hechas a la televisión brasileña José Oscar Beozzo, sacerdote católico, teólogo de la liberación e historiador, se expresó en términos similares a los anteriores. Subrayó la importancia que se le da al hecho de que Bergoglio haya elegido el nombre de Francisco y dijo que esto implica en sí mismo un programa de gobierno para que la Iglesia “vuelva a ser servidora y pobre, que tenga una apertura al mundo musulmán y que adquiera una perspectiva ecológica” que estuvo presente en el santo de Asís. Y se declaró feliz “porque la agenda de la iglesia latinoamericana entre en la iglesia mundial”.
Sin duda Bergoglio es un exponente de la Iglesia latinoamericana actual. Fue una de las figuras clave de la V Conferencia General del Episcopado Latinoamericano celebrada en Aparecida (Brasil), en el 2007. Allí fue reconocido por sus pares del continente y fue uno de los principales redactores del documento final. Hay quienes señalan que fue allí donde Bergoglio generó gran parte de su prestigio e inició realmente su camino al pontificado.
Pero es claro que esta Iglesia latinoamericana actual está muy lejos de la Iglesia renovadora y posconciliar de Medellín (1968) y Puebla (1979) ocasiones en las se sintió con fuerza la influencia de los teólogos de la liberación y en las que se ratificó con firmeza la “opción por los pobres”. Esta Iglesia latinoamericana actual, que no abandona el reclamo por la justicia, que insiste en la paz y la atención a los pobres y a los desvalidos, usa más la palabra reconciliación que la palabra liberación, y está más preocupada por recuperar el espacio que el catolicismo pierde en la sociedad y por preservar los valores católicos en la cultura, que por su cercanía y alianza con los movimientos sociales y populares. Esa es la Iglesia que representa Bergoglio y la visión que llevará al pontificado. Aun así, vista la situación actual de la Iglesia universal, la perspectiva latinoamericana introduciría un cambio significativo en la Iglesia mundial.
“Cómo me gustaría una Iglesia pobre y para los pobres”, dijo ayer Francisco al reunirse con los periodistas, para sumar un gesto más en la línea de los que viene suscitando desde que asumió el pontificado. Y ratificó, para quitar cualquier duda, que eligió su nombre por Francisco de Asís, “un hombre de paz, el hombre de la pobreza, que ama y mantiene lo creado” en clara alusión a una perspectiva ecológica. En esa misma audiencia Bergoglio se autoadjudicó el papel de “reformador” pero lo completó con un rasgo que es parte de su discurso tradicional: “La Iglesia, aunque es una institución humana no tiene naturaleza política, sino que es esencialmente espiritual. Es el Pueblo de Dios, el santo Pueblo de Dios, que camina al encuentro con Jesucristo”.
Todo parece indicar que Bergoglio cumplirá la tarea de ser un reformador, no un revolucionario, en la Iglesia. Esa reforma podría conducir a la puesta en práctica de muchas de las decisiones que se adoptaron en el Concilio Vaticano II y que quedaron en el olvido. Para muchos esto no bastará, será claramente insuficiente dada la velocidad de los cambios. Para otros, si esto se concretara, podría ser la forma de sentar las bases para que se abrieran las puertas a la renovación, incluso para permitir que germinen otras ideas, otras miradas. Para otros, los más pesimistas, será la manera de cambiar algo, de manera superficial, para que todo quede como está.
En cualquier caso habrá que esperar los próximos pasos del nuevo papa y analizar cada nombramiento, cada gesto, cada decisión, además de sus discursos y declaraciones. Si es fiel al estilo que lo ha caracterizado en su ejercicio episcopal, Bergoglio no producirá hechos espectaculares, cambios abruptos. Tomará decisiones –tiene la mano firme– y las traducirá en normas, designaciones, lineamientos.
Una de las primeras tareas que parecen inevitables será la reforma de la curia romana, del gobierno central de la Iglesia. Allí encontrará, sin duda, fuertes resistencias. Bergoglio no fue el candidato preferido por los curiales ni tampoco por los italianos. Ni Angelo Sodano (ex secretario de Estado de Juan Pablo II) ni Tarcisio Bertone (ex secretario de Estado de Benedicto XVI) tenían a Bergoglio como candidato. Querían a un italiano (¿Scola?) que le diese continuidad a la forma de manejo de la curia y que no insistiese en investigar en los casos de corrupción y mal manejo. Todo indica, por el contrario, que una de las razones por las que se escogió a Bergoglio es por su fama de hombre prolijo, buen administrador y apegado a las normas, para que investigue y tome decisiones. Con esas cualidades la reforma de la conducción de la Iglesia parece una de las primeras tareas. Tan importante como inevitable.
Si lo intenta tendrá que dar muchas batallas internas y vencer resistencias importantes. Una clave será entonces los nombramientos que realice, en particular el del nuevo secretario de Estado.
Pero la reforma de la Iglesia pasa también por una forma más colegiada de gobierno, compartida por el Papa con los obispos y cardenales. Algunos mensajes en ese sentido ya mandó Francisco y una decisión en esa línea estaría en consonancia con la idea de retomar el Concilio Vaticano II. Esto implicaría más consulta, más participación en las decisiones por parte de los episcopados nacionales. Desde su condición de arzobispo de Buenos Aires y de presidente de la Conferencia Episcopal Argentina Bergoglio discutió con Roma para defender su autonomía. Ganó y perdió. Nunca se desacató. Pero también ha sido inflexible en mantener el poder y su propia autoridad. Tomó decisiones e impuso sus puntos de vista. Nunca permitió indisciplinas. Es difícil saber qué hará desde el pontificado.
Se abren muchas posibilidades y son numerosos los aspectos para tener en cuenta. Otros rescatan que en su actuación en Argentina el cardenal Bergoglio fue un gran impulsor del diálogo inter religioso, una carencia notable y un retroceso grave en los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. Esta podría ser también una característica de la acción de Bergoglio como papa.
El Vaticano no es una potencia mundial, pero es una referencia política importante en el diálogo con las potencias. En distintas situaciones ha quedado demostrado que su poder de interlocución y de lobby es significativo. Bajo la gestión de Bergoglio como un papa que predica la justicia internacional y la defensa de los pobres ¿tendrá el Vaticano una presencia más protagónica en los organismos internacionales para reclamar mayor justicia? Uno de los calificados voceros de la Iglesia en la materia es el cardenal hondureño Oscar Rodríguez Maradiaga. Un llamado a este arzobispo para participar del gobierno central de la Iglesia podría estar dando un indicio en este sentido.
También se maneja la posibilidad de que Francisco convoque a un concilio, una gran asamblea de los obispos de todo el mundo, para estudiar los problemas, buscar alternativas. Puede ser también una forma de vencer las resistencias al cambio. Pero, claro está, este hecho también puede limitar el poder del Papa. ¿Recurrirá Bergoglio a esta instancia aun a riesgo de autolimitarse? Si uno atendiera a su historia reciente la respuesta debería ser que no.
Lo que sí está claro es que Francisco está decidido a “humanizar” la figura del papa, a entablar otro tipo de relaciones con la gente, con el pueblo, hablando un lenguaje comprensible para todo el mundo, acercarse a los problemas y a las inquietudes de los fieles. Para hacerlo, Bergoglio tiene la “escuela de la calle” porteña, su caminar en los barrios, escuchando y dialogando. Seguramente esto no basta, incluso puede resultar no más que un maquillaje, pero hará a la Iglesia y al Papa más “amigables” para la gente. Para lo demás, respecto de lo aquí planteado y de otros muchos temas que han quedado por fuera, habrá que aguardar a que los hechos desplacen y den por tierra con las especulaciones.

jueves, 14 de marzo de 2013

Una reflexión al pie ..


Los ultimos 10 años de mi militancia política y social, me encontró, en  la mayoría de las ocasiones, cuestionando la posición del entonces Cardenal Bergoglio, que sistematicamente fomentaba, muy sutilmente acciones, contra el gobierno de Nestor Kirchner y luego con Cristina Fernandez de kirchner. Allá por el 2005, organizamos con un grupo de compañeros una mesa de debate " Bergoglio, Pastor o militante opositor.. ? ", donde participaron entre otros, Fortunato Mallimaci, Hernán Brienza y el Padre Eduardo de la Serna.
  Conservador moderado, hábil negociador, paciente, gran articulador político, Bergoglio tiene como dato a su favor, que nunca descuidó el trabajo pastoral y social. 
  Muchos compañeros, con justa razón, hacen foco, en uno de los aspectos más oscuros de la vida del Papa Francisco. Más específicamente, se refieren a las afirmaciones de dos ex sacerdotes, Orlando Yorio y Francisco Jalics, que han acusado a Bergoglio de haber colaborado con la dictadura militar argentina de la década de 1970.
Estas acusaciones son recogidas por Emilio Mignone, en su libro Iglesia y dictadura. Allí, el respetado y querido dirigente de una de las organizaciones de derechos humanos más importantes de Argentina, utiliza como ejemplo a Bergoglio para resaltar la complicidad de ciertos prelados con los militares argentinos .
Pero, me parece, que que debemos tener en cuenta, varios aspectos, y no en uno solo, en la elección de jorge Bergoglio como nuevo Papa. Con cada vez con menos credibilidad, con crisis de vocaciones sacerdotales, abusos por donde se ponga la lupa, negociados financieros, la lucha de poder, se dá en la "Santa Sede " y desde hace un par décadas, entre sectores ultra conservadores y sectores moderados ( donde figura Bergoglio ). Lamentablemente, los sectores, donde nosotros como militantes sociales, y cristianos de base, nos sentimos referenciados, no tienen verdadera incidencia, como factor de poder, desde hace años en la Igesia, cuando fueron separando, a veces asesinando, a los mejores pastores, los más jugados, los que luchaban y luchan por una Iglesia, verdaderamente cerca de la gente.
En este contexto, seguramente el nuevo papado, hará eje, en recuperar algo de la credibilidad perdida todos estos años, de parte de la conducción católica. No espero grandes cambios ideológicos o de aperturas doctrinarias a los nuevos momentos y realidades del mundo. Sí, seguramente, habrá un esfuerzo, y gestualidad, dirigida fundamentalmente, para contener pastoral y esperitualmente, a los sectores y poblaciones más relegadas del mundo, como África y Sudamérica.
El camino, nos indica, que como siempre, y por siempre, habrá que seguir luchando, por una sociedad, por un mundo más justo. Nadie nos vá a regalar nada, como siempre, cada conquista hay que pelearla y arrebatarle a los factores de poder, los privilegios que querrán seguir sosteniendo, por siempre.
 Si, hay que seguir andando, nomás...compañeros.

Alberto Espiño
Coordinador de Cristianismo Militante

Hay que seguir andando nomás……

Opinión

Fátima Cabrera de Rice
Educadora popular
Sobreviviente de la dictadura


Siento la necesidad de expresar mi humilde opinión como laica y creyente de una iglesia que hizo la opción por los más pobres, al menos es la que aprendí al lado de sacerdotes como Carlos Mugica, a quien muchos vecinos de la villa de Retiro le llamaban el Papa de América. Luego conocí, compartí la fe y aprendí a caminar también con los sacerdotes Carlos Bustos, Pablo Gazarri y Mauricio Silva, curas obreros que como tantos sufrieron la persecución, la tortura y el asesinato por la dictadura cívico militar. Recuerdo que a pocos meses de la dictadura, sucedió el secuestro de varios militantes y catequistas, entre ellas las hijas de Marta Vásquez, presidenta de Madres de Plaza de Mayo Línea Fundadora, y del fundador del CELS, Emilio Mignone, junto a los sacerdotes Osvaldo Yorio y Jalics en el bajo Flores. Alguien de la Iglesia me anunció que tuviera cuidado con los curas que andaba en las villas porque me podía pasar algo, y sucedió la terrible matanza en julio de ese año de los sacerdotes palotinos, y de los curas en la Rioja. El Obispo Angelelli  es asesinado por su denuncia y compromiso,mas tarde también el Obispo de San Nicolás Ponce de León.
 Patricio Rice, Carlos Bustos y Pablo Gazarri viajaron a La Rioja a investigar estos asesinatos. El 11 de octubre del mismo año fuimos secuestrados Patricio Rice y yo saliendo de la villa de Soldati, y fuimos llevados al Garage Azopardo, a Coordinación Federal y luego a la cárcel.
Fueron cientos los miembros de distintas iglesias que fueron victimas de la dictadura cívico militar. En la cárcel algunas compañeras eran visitadas por rabinos o pastores de Iglesias evangélicas, las católicas teníamos que pedir una audiencia por escrito para que muy rápidamente nos atendiera a través de las rejas el sacerdote de la cárcel. Los testimonios de las Madres de Plaza de Mayo y de muchos sobrevivientes coinciden en que cuando se encontraban con miembros de la jerarquía católica les pedían datos de sus hijos y sus compañeros. En la ESMA los capellanes de las fuerzas armadas bendecían a los oficiales después de los vuelos de la muerte .Las monjas francesas Alice Dumont y Leonie Duquet, y el sacerdote Pablo Gazarri ,miembro de la Fraternidad Carlos de Foucauld fueron arrojados al río en los vuelos de la muerte . En Campo de Mayo miembros de la Iglesia fueron quienes entregaron los bebés robados de las embarazadas.
Un ejemplo juzgado por la justicia es el del sacerdote Von Wernich. La iglesia dijo que después que lo juzgara la justicia ellos decidirían qué hacer. Jamás fue sancionado por la Iglesia, y hoy da misa a los genocidas con quienes se encuentra en la cárcel de Marcos Paz.
Me sorprendió la elección del nuevo papa Bergoglio, porque precisamente él estaba cuestionado por muchos cristianos y otros sectores de la sociedad que lucharon por la democracia en nuestro país y por llegar a la justicia, la verdad y la memoria de las miles de victimas de la dictadura cívico militar. Enseguida me llegaron mensajes de amigos de distintos lugares del país y de otros países que no entendían esta elección por la complicidad que tuvo la jerarquía de la Iglesia con la dictadura, me preguntaban si era motivo de alegría, angustia o miedo. Por supuesto que muchos se sentirán orgullosos, y comienzan a ponderar un supuesto papa humilde, argentino, latinoamericano. Es cierto que los antecedentes de los otros miembros papables no eran tan alentadores. Pero hay que remarcar que hay una deuda aún de la Iglesia católica con las victimas de la dictadura. 
Son muchos los que gritaron la vida con el Evangelio, los que acompañaron al pueblo perseguido, torturado, encarcelado, despojado, asesinado. Es precisamente en este mes, a 37 años del golpe de la dictadura cívico militar  y 30 de recuperación de la democracia, que es preciso que lleguemos a la verdad. Pasaron muchos años y siempre esperé algún gesto de la Iglesia católica hacia las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo interesándose por los hijos y nietos apropiados, aunque sea por un gesto de humanidad.
Nuestro país hoy es un ejemplo en el mundo, por el avance de los juicios a los genocidas y en diversos temas de derechos humanos, también por buscar y ser firmes en la defensa de la soberanía, falta mucho aún pero el nuevo rumbo de América Latina nos hace sentir esperanzados y construyendo autonomía e independencia en nuestra región. Tal vez a muchos les parecerá irreverente de mi parte estos comentarios pero sigo creyendo en la iglesia que me enseñaron nuestros mártires, aquellos que con gran coherencia entregaron la vida por los más desposeídos del mundo. América Latina tiene grandes ejemplos de entrega en Monseñor Romero ,los jesuitas asesinados en el Salvador, y cuantos religiosos, as y laicos comprometidos por la liberación de sus pueblos.
 ¿Francisco I  podrá proponer que las riquezas del Vaticano sean puestas al servicio de los más pobres? La responsabilidad de construir la paz en el mundo es muy grande. Los sobrevivientes, familiares, luchadores del movimiento de derechos humanos, victimas de las terribles dictaduras de esta región aprendimos que la paz se construye con la verdad, la justicia y la lucha por la vida entregada al prójimo.

Un Papa no tan sorpresivo




Eduardo de la Serna
Era tanta la insistencia en los “papables” de los Medios y sus candidatos (a veces lobby) que muchos se sorprendieron absolutamente. Ayer comiendo con algunos jesuitas en Bogotá les dije “no descarten a Bergoglio”. “Eso es imposible”, me dijo uno; “sería terrible” agregó otro… “Temo por los jesuitas” acotó una monja cercana a la Compañía. Mi sospecha de que era muy posible que fuera elegido no estaba ajena a cierto conocimiento de la fenomenal capacidad de manejar los hilos del poder que tiene el actual Papa. Sabe moverse entre esos pliegues como nadie. “Hasta ser Papa no para”, me decía una vez un jesuita; “te entrega los alfiles y la reina porque tiene el jaque mate en la cabeza” decía otro.  Viendo la fenomenal capacidad de manejar los hilos del poder sospechaba que la “opción Bergoglio” era más que una posibilidad.
¿Qué se puede decir? Son varias cosas las que vienen a mi mente. Para empezar, al mirar la lista de los “papables”, que en el país de los ciegos, el tuerto es rey. Mirando los cardenales de Sao Paulo, Budapest, Milán, que resonaban, uno tiene la tentación de decir que al lado de ellos Bergoglio es Messi, Maradona, Cristiano Ronaldo y Pelé juntos.
Pero es importante decir algunas cosas para empezar. Los Medios parecen darle al Papa mucha más importancia que la que tiene dentro de la Iglesia. Aunque la estructura eclesiástica sea de una monarquía absoluta, el Papa no es un “monarca” en los pasos y decisiones que toman las Iglesias particulares. Cada obispo puede tomas sus propias decisiones y tener actitudes que sean diferentes a las del obispo de Roma (= el Papa). No opuestas, pero sí diferentes.  Otro elemento a tener en cuenta es la mentalidad creada por muchos de cómo entender la obediencia, comprendida por ellos como una suerte de “obediencia de cuartel”, cosa que ni de lejos es lo que se entiende por tal dentro de la Iglesia. Y en este sentido, ubicar la mentalidad pobre y falsa de que “al Papa lo elige el Espíritu Santo”. No es eso lo que se dice teológicamente en la Iglesia. En 1997 el entonces cardenal Ratzinger dijo a la TV alemana: «Yo diría que no en el sentido de que el Espíritu Santo escoja al Papa. (...) Diría que no es exactamente que el Espíritu tome el control del asunto, sino más bien que, como un buen educador, por así decir, nos deja mucho espacio, mucha libertad, sin abandonarnos enteramente. Así el rol del Espíritu debería entenderse en un sentido mucho más flexible, no como si dictara a qué candidato uno debe votar. Probablemente la única seguridad cierta que Él ofrece es que las cosas no pueden ir totalmente a la ruina». Y agregó: «¡Hay demasiados contraejemplos de Papas a quienes obviamente el Espíritu Santo no habría elegido!»
Dicho esto, ¿qué decir? Creo que en un sentido seguimos retrocediendo, y en otro hemos ganado algo. En el tema derechos humanos ciertamente hemos perdido. El pasado de Bergoglio como provincial de los jesuitas, y su relación con la desaparición de Francisco Jalics y Orlando Yorio ciertamente ensombrece el pontificado (y parece no haber importado en la elección, porque el tema es sabido y conocido). Todo el movimiento gestado dentro de la Compañía de Jesús de ir a los barrios populares, dejar los monasterios y conventos para vivir “en medio de la gente” fue firmemente rechazado por el provincial Bergoglio, y en eso estaban Jalics, Yorio y otro grupo con ellos.
Por otro lado, en indudable que después de los “principados” de Caggiano, Aramburu o Quarraccino, cardenales de Buenos Aires, Bergoglio supo ser cercano a la gente; tener actitudes populares y muy valiosas. No sólo andar en la calle normalmente, viajar en Subte, lavar pies de enfermos de Sida o embarazadas en la Sardá, invitar a los curas a salir de los templos, ser pastores, misioneros, son ciertamente gestos populares ¡y humanos! (como lo fue el gesto de pedir que la gente lo bendiga a él antes de bendecirlos).
¿Qué podemos esperar? En lo personal creo que hay dos cosas que van a marcar rumbo y merecen ser tenidas en cuenta para mirar. Para la Argentina, los próximos nombramientos de obispos (y el de Buenos Aires en primer lugar). Y para la Iglesia universal, los nombramientos en la Curia Vaticana (lo habitual es que se confirme a los que están y con el tiempo de los vaya cambiando, pero habrá que estar atento a estos pasos). Y finalmente, ver en qué marca su pontificado la elección de su nombre Francisco. ¿Será por Francisco Javier, el gran misionero jesuita, como él, o por Francisco de Asís, el santo hermano universal y marcado a fuego por la “hermana pobreza”? ¿Será esto un indicio de su “plan” para el pontificado? Lo iremos viendo. Benito 16 eligió su nombre en memoria de San Benito, el santo patrono de Europa, y de Benito 15 el Papa de Europa en la post-Guerra. Y fue un Papa eurocéntrico, evidentemente. ¿En qué medida Francisco –el que fuera- marcará lo que podemos esperar y desear del futuro Papa? A partir de ahora lo iremos viendo.

Conoce como pocos los resortes del poder


Jorge Mario Bergoglio es un hombre eminentemente político. Es el mejor cuadro político que tuvo la Iglesia Argentina en los últimos 30 años. Sigiloso como buen jesuita, conoce los resortes del poder como pocos.

Es un hombre conservador en materia doctrinaria pero con una gran preocupación social, heredada de viejas convicciones de su juventud. Sin embargo, nunca fue, ni siquiera, la derecha del Episcopado argentino. Siempre tuvo del otro lado a la derecha más dura: el sector encabezado por Héctor Aguer y, por ejemplo, Esteban Cacho Caselli, embajador menemista ante la Santa Sede y con fuertes contactos en la línea ultaconservadora del otrora poderoso secretario de Estado de Juan Pablo II, Angelo Sodano, y que apostaba por el cardenal milanés Angelo Scola. Ni siquiera es el más ortodoxo de los posibles latinoamericanos: está menos a la derecha que el brasileño Odilo Scherer o que Oscar Rodríguez Madariaga, por ejemplo.
Aquellos que consideran a Bergoglio un hombre de la ultraderecha no entienden absolutamente nada de la política eclesiástica argentina ni Vaticana. Incluso aquellos que lo analicen desde el laicismo progresista anticlerical más profundo. ¿Esto significa que un hecho positivo para las experiencias nacionales y populares latinoamericanas? No. Simplemente significa que, por ahora, es menos negativo. Y en el mejor de los casos neutro. Aquellos que creen que –como es mi sospecha– que el Vaticano va a apuntar sus cañones contra los gobiernos "populistas" de la región, como lo hizo Juan Pablo II con el comunismo que gobernaba su Polonia natal, deberían saber que los otros cardenales latinoamericanos se posicionaban a la derecha de Bergoglio.
Sin embargo, el Vaticano tiene problemas más urgentes que los gobiernos populares. A saber: el escándalo sexual de los sacerdotes pederastas, la falta de vocaciones en Occidente, la corrupción del Banco Ambrosiano, la abulia de los sacerdotes, el rol de la mujer, la complicidad de los obispos con el poder económico en todos los países, la crisis económica europea, las necesidades de reforma que provienen de África y América Latina, la competencia con el protestantismo anglosajón, con las telesectas. En fin, la Iglesia Católica tiene que comenzar un nuevo diálogo con la modernidad, con el siglo XXI, y no simplemente modernizarse comunicacionalmente como lo hace el Opus Dei.
Su origen político se encuentra en la organización peronista Guardia de Hierro en los años sesenta y setenta, fue general de los Jesuitas en los setenta y estuvo a cargo de la Universidad del Salvador en plena dictadura militar. Es en esos años donde se escriben las páginas más negras de su vida. Muchos aseguran que se dedicó a diseñar listas negras de jesuitas cercanos al tercermundismo e incluso estuvo involucrado en los secuestros de los sacerdotes de su orden Orlando Yorio y Francisco Jalics. Otros, en cambio, aseguran que fue el mismo Bergoglio el que negoció con Emilio Massera la libertad de los dos sacerdotes a cambio de beneficios en la USAL para la Armada. Hay versiones encontradas y es posible que la verdad esté en el medio de ambas. Más allá de ello, no hay dudas de que Bergoglio formó parte del staff de sacerdotes que aportó en mayor o menor medida su complicidad a la dictadura militar.
Pero eso no es sólo Bergoglio. Reducirlo a esa muy posible complicidad es no entender el rol posterior del ahora Papa. Bergoglio es “interesante” no por lo que dice sino por lo que no dice y no hace. En los puntos álgidos de enfrentamiento con el kirchnerismo con la Iglesia levantó la voz y defendió primero a las organizaciones rurales y luego inició una cruzada en contra del matrimonio igualitario y en contra del aborto, dos temas que están presentes en la agenda del Vaticano como esenciales. Pero Bergoglio, contrariamente a lo que muchos creen, nunca optó por realizar un Corpus Christi permanente. Ni llevó el enfrentamiento a lugares sin retorno como hubieran hecho otros sectores del episcopado argentino, y aún menos con Cristina que con Néstor Kirchner. Es por esta razón que la oposición argentina tampoco puede festejar como propio el nombramiento de Bergoglio. El que crea que su elección como Sumo Pontífice puede capitalizarlo la pequeña oposición argentina en toda su pequeñez también está mirando otro partido.
Creer que el Papa elegido iba a ser la encarnación de Camilo Torres o Carlos Mugica es de una inocencia infantil. Estamos hablando de poder, de mucho poder. Político, económico, financiero y cultural. Ojalá que sus ojos se depositen en Latinoamérica para acompañar los procesos populares de distribución de la riqueza y no lo contrario. En ese sentido, Bergoglio es la menos mala de las opciones que había entre los cardenales del cónclave. No es poca cosa. Y se sabe, Dios está en los detalles.